Pedro Moreno | Diseñador de vestuario y escenógrafo.
Este hombre, que muy joven fue capaz de plantarse ante la puerta del estudio del diseñador de alta costura Elio Berhanyer hasta conseguir que le recibiera y examinase sus dibujos, «malísimos» como él mismo dice, y conseguir trabajar para su referente, al principio solo para servirle el café, conserva aún en la mirada esa determinación del que sabe que con persistencia, trabajo y honradez consigo mismo todo se puede conseguir, combinado con una cierta ingenuidad como la del principiante que le hace pasarlo realmente mal al enfrentarse a cada nuevo encargo.
Porque Pedro Moreno sigue activo hoy a sus 72 años alternando nuevos proyectos de vestuario de zarzuela y una exposición de dibujos con su faceta de docente.
Los numerosos premios recibidos – dos Goyas (‘El perro del hortelano’ –Pilar Miró-, 1997 y ‘Goya en Burdeos’ –Carlos Saura-, 2000), un Max (1998), Luzuriaga (Almagro 2012), entre otros- no han hecho mella en su modestia: «No empecé en este mundo para ganar dinero ni para hacerme famoso, sino para realizarme, para divertirme, para disfrutar de la vida: Soy feliz haciendo mi trabajo»
Trabajo que ha ido desde la alta costura al teatro, zarzuela, ópera, ballet y cine. Casi nada.
Su vinculación emocional con Almagro gracias a su amistad con Andrés Peláez, Director del Museo Nacional del Teatro (Capítulo 4 de Miradas) , nos ha llevado a incluir su entrevista en este proyecto.
Pedro nos recibe a Javier y a mí en su casa en pleno centro de Madrid, un piso antiguo del que se enamoró a primera vista, -no me extraña nada pues es un piso con verdadero encanto-, por la luz que entra al salón lleno de libros y discos por sus grandes balcones, en el que que dispone de una mesa de trabajo sobre la que solo se distribuyen unos pocos bocetos, tal vez de sus últimos diseños. Detrás de ella, en la parte de estudio, un par de vestidos llaman poderosamente la atención por su acabado de pinturas probablemente «pincelado» a mano, como los suele trabajar.
Decidimos que sea en esa misma mesa donde realizaremos la entrevista, sin más parafernalia que iluminar lo mejor posible con el equipo que llevamos.
De repente me temo que le vayamos a llenar el salón de trastos, parece que todo el equipo nunca es suficiente.
Mientras montamos vamos hablando con él de manera improvisada -la falta de un periodista en el equipo se nota mucho, al menos para nosotros- dejándonos llevar poco a poco por el encanto de la narración apasionada de este hombre que nos hace sentir desde el primer momento como amigos.
Durante la entrevista sigue conversando con nosotros como hasta ahora; se siente cómodo y nos lo quiere demostrar ayudándonos, como solo sabe hacerlo un verdadero profesional.
Terminamos y le propongo hacer el retrato posando entre los dos vestidos de su estudio; «para nada», me dice. «Esos vestidos son agua pasada. Prefiero ponerme aquí delante de este aparador». Mueve el sillón, se sienta y adopta una pose a la que según me dice le tenía ganas… algo de los antiguos retratos en estudio… No protesto, no le digo nada del mínimo espacio ni de la limitación de la lente que voy a tener que usar; no creo que le importe, así que buscaré esa mirada cómplice que nos satisfaga a ambos. Me conformo con esta imagen, pues no quiero hacerle perder mucho más tiempo.
Después le pedimos la foto de recuerdo con él. Se siente cómodo y entonces recuerda que le suele gustar llevar sombrero, así que toma uno, un bombín, y se lo pone.
Yo me había quedado con ganas de más fotos para el retrato -como siempre- y, mientras busco la nueva disposición de la cámara en el trípode para esta fotografía y preparo un pequeño flash para simplificar la toma, veo que clava la mirada en la cámara. Rápidamente y sin mirar por el visor, disparo y obtengo esta imagen que lógicamente he tenido que re-encuadrar.
Dos fotografías, dos estilos. Espero que le guste alguna de ellas.
Ahora si hacemos la foto de recuerdo.
Nos despedimos de él dándole las gracias por su acogida y por el agradable tiempo pasado con él en su piso del centro de Madrid.
La entrevista: Miradas, Cap. 6 | Pedro Moreno